miércoles, 6 de marzo de 2013

Adiós, profesor Ndoye

Como homenaje al profesor de la Universidad de Dakar Amadou Ndoye, experto en literatura canaria, compartimos el siguiente artículo de José Naranjo, publicado en el blog África no es un país, de los blogs del diario El País.

http://blogs.elpais.com/africa-no-es-un-pais/2013/03/adi%C3%B3s-profesor-ndoye.html

Adios, profesor Ndoye

Por José Naranjo

 En los últimos tiempos, El Hadji Amadou Ndoye (Dakar, 1947) siempre respondía lo mismo cuando le preguntaban sobre su futuro: “Este año me jubilo”. Y al siguiente curso escolar ahí estaba otra vez, al pie del cañón, impartiendo sus clases en la Universidad Cheikh Anta Diop (UCAD) de Dakar. Hasta que por fin, en 2013, aceptó jubilarse. Y, esta vez sí, al viejo y respetado profesor de español ya no se le volverá a ver por los pasillos de la facultad, pero tampoco en sus conferencias en el Aula Cervantes de Dakar o en las innumerables charlas que daba por toda el orbe hispano. Ayer lunes la muerte vino a buscarle y Ndoye se fue, ahora para siempre, como solía hacerlo, de manera discreta, sin hacer mucho ruido, sin alzar la voz.

Amadou Ndoye tenía 66 años. Había nacido en Rufisque, una localidad situada a unos 25 kilómetros de Dakar. Allí, en los años sesenta de su primera juventud, Ndoye se aficionó a escuchar salsa, rumba y otros ritmos caribeños que, muchos años antes que él, habían hecho el viaje de África hasta América en el corazón y la cabeza de cientos de miles de esclavos y que entonces, cientos de años después, regresaban al continente de origen, pero cantadas en español. Y Amadou, con su insaciable curiosidad, quería saber qué había detrás de aquellas letras desconocidas. Y empezó a aprender castellano tarareando al Sexto Habanero.
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Amadou Ndoye, hace unos meses en la puerta del Aula Cervantes. / Foto: J.N
De ahí dio el salto a la Universidad. Su opción era clara. Facultad de Letras, Departamento de Español. Allí empezó a conocer la obra de autores como Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, Rubén Darío, Vargas Llosa, García Márquez o Juan Rulfo. Pero la presencia de un lector de Canarias que daba clases en la UCAD fijó un nuevo rumbo en su carrera. Este le abrió las puertas de la literatura que se hacía en unas islas que estaban a tiro de piedra de Senegal y que tienen, como ninguna otra región española, un cierto aire latinoamericano en su manera de hablar, pero también de escribir y de crear. Y Ndoye se empezó a deslizar por las rimas de Pedro Lezcano, Alonso Quesada o Saulo Torón y luego por la prosa de autores de los años setenta, como Víctor Ramírez, Juan Cruz, Armas Marcelo, Luis León Barreto o Juan Manuel García Ramos.

“Canarias era su pasión”, asegura Ana Laguna, profesora de español que vive en Dakar y trabajó junto a Ndoye durante un tiempo, “a veces estabas hablando con él y se arrancaba con una folía. Se sentía muy orgulloso de su vínculo con las Islas. Era muy senegalés, pero a la vez era muy canario”, explica. No sólo su tesis doctoral, sino su primer libro, Estudios sobre la narrativa canaria, publicado en 1998, giraban en torno a este universo isleño. Durante más de treinta años, Ndoye impartió clases en la UCAD de Traducción, Gramática Histórica y Literatura Española e Hispanoamericana. Allí se ganó el respeto de sus alumnos. “Yo le conocía de oídas”, prosigue Ana Laguna, “y todos me decían que era muy duro, implacable. De hecho los alumnos le temían. Por eso cuando le conocí me llevé una enorme sorpresa, estaba ante un hombre encantador, amable, sencillo, de trato fácil. Cierto que era exigente, pero es que él se podía permitir exigir”.

José Ignacio Sánchez Alonso de Villapadierna, director del Aula Cervantes de Dakar, coincide con este análisis: “Tenía una vocación por la docencia difícil de encontrar hoy día, con difícil parangón actualmente en las universidades. Destacaría su entusiasmo, su energía siempre contagiosa… cada vez que tomaba la palabra, levantaba pasiones”. Y es que si era temido por los alumnos, también es cierto que era admirado y respetado por ellos.


El director del Cervantes senegalés también destaca el compromiso del profesor Ndoye con su país: “Sus altísimos conocimientos como hispanista le abrieron puertas de universidades del primer mundo con tentadores salarios, muy superiores al de la universidad senegalesa. Él siempre dijo que se quedaría en Senegal para devolver a su país todo lo que de este había recibido. Siempre estaba dispuesto a colaborar en todo lo que fuera por el español, la lengua, la literatura… y por supuesto, por sus alumnos”.

Adoraba una buena conversación. Como buen senegalés, se tomaba su tiempo a la hora de hablar y, sobre todo, de escuchar. La última vez que lo vi fue en su casa del barrio de Parcelles Assainies, en la capital senegalesa, donde vivía junto a su esposa y una de sus hijas, la periodista Mame Fatou Ndoye. En lo alto tenía una habitación, su espacio sagrado, donde disfrutaba del placer de la lectura y donde escribía sus artículos y libros. Allí, en las estanterías de las paredes, le acompañaba una enorme biblioteca de autores españoles e hispanoamericanos, pero, sobre todo, una vez más, de autores canarios que causaba admiración y envidia al visitante.


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 Cuando hablaba o escuchaba, cerraba los ojos como concentrándose. En plena conversación, era capaz de recitar unos versos de Alonso Quesada o contar una anécdota ocurrida en Tenerife durante la Guerra Civil Española. Era así. José Ignacio Alonso de Villapadierna lo describe con la precisión de alguien que lo conoció bien: “Se trata de uno de los más grandes hispanistas del África Negra. Una persona sabia y excepcional que en todo momento colaboró generosamente conmigo y con el Aula Cervantes en Dakar. Como sabéis, ha dejado su huella en numerosas publicaciones, entre otras en los anuarios del Instituto Cervantes sobre el español en el Mundo”.

Ha sido toda una ironía del destino que justo después de jubilarse, a lo que tanto se resistió, la muerte saliera a su encuentro. Sufría una enfermedad de esas que muerden, aprietan y no sueltan nunca. Pero muchos de sus amigos y compañeros no lo sabían, prefirió mantenerlo en secreto y seguir con sus trabajos, su investigación y sus eternas lecturas mientras pudo. Aplicándose el consejo que siempre daba a sus alumnos: “Lean, lean… no dejen de leer. Eso les hará mejores personas”.

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