domingo, 31 de agosto de 2014

Frente a Frente - Festival "La Calle" (30 de agosto)

Programa Frente a Frente correspondiente al 27 de agosto de 2014, presentado por Dailos González y Pedro el Gasio.

Contamos en este programa con la participación de algunas de las personas del colectivo La Calle, de la isla de La Palma, que nos hablaran el festival que se va a celebrar el próximo 30 de agosto.

De la mano de Jesse, Paula, Piti y Amalia hablaremos de la labor de este colectivo social. Acompañamos el programa con música de Calle 13, Peret & Fermin Muguruza, Ojalá Muchá y Pedro Guerra, así como fondos de Horace Silver.



martes, 26 de agosto de 2014

Frente a Frente - 20 de agosto - Nos quitaron tanto que se llevaron hasta el miedo

Programa Frente a Frente correspondiente al 20 de agosto de 2014, presentado por Dailos González y Pedro el Gasio. En esta ocasión contamos con María del Carmen, Inés y Juan Pablo que nos hablarán de la situación social que se vive en la isla de La Palma.

Además, en la primera parte escuchamos el audio de un debate entre Evaristo Páramos (La Polla Records) y Javier Gallego (Carne Cruda) para "Ministerio de Propaganda".

Acompañamos el programa con música de King Crimson, Pedro el Gasio y Makano.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Frente a Frente - 13 de agosto - Palestina (con José Abu-Tarbush)

Programa Frente a Frente del 13 de agosto de 2014, presentado por Pedro el Gasio y Dailos González.

En esta ocasión analizamos la cuestión de or iente y, concretamente, la situación de Palestina y el conflicto de la población palestina con el Estado de Israel. Para ello contamos con la participación de José Abu-Tarbush, profesor de sociología de la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Con él desgranaremos algunas de las claves del conflicto.

Acompañamos el programa con música de Pink Floyd y de Marcel Khalife.



¿Hay sitio para Palestina?

Opciones frente a los dos Estados

José Abu-Tarbush

Reseña de:
Palestina/Israel: un país, un Estado.
Una iniciativa audaz para la paz
Virginia Tilley
Madrid: Akal, 2007, 272 págs.

"Si no se logra un acuerdo sobre la base de dos Estados, Israel corre el riesgo de desaparecer en los términos en los que se conoce actualmente”. Así de contundente se expresaba el primer ministro israelí, Ehud Olmert, al finalizar la conferencia de Annapolis en noviembre de 2007. En esas mismas declaraciones al periódico israelí Haaretz, Olmert adelantaba que “si ese día llega”, Israel se enfrentará a una lucha similar a la experimentada en la Suráfrica del apartheid, en la que se exigirán los mismos derechos de votos para todos sus habitantes, incluidos los palestinos de los territorios ocupados.

Para algunos intelectuales y activistas ese día ha llegado, dado el repetido fracaso para alcanzar un acuerdo en torno a la solución de los dos Estados, y la imposibilidad material de su vertebración ante la continua fragmentación del territorio palestino derivada de la sistemática expansión de las colonias israelíes. Por tanto, no se puede seguir ignorando ni despreciando por más tiempo otras opciones. De ahí el interés de la propuesta de Virginia Tilley sobre “un solo Estado”. La oportunidad de su tesis, bien fundamentada y alejada de idealismos, resulta comprensible ante la inviabilidad de otras alternativas, aunque se hace difícil de imaginar y aún más incierta de implementar. Se trata de una propuesta controvertida, además de enriquecedora del debate e innovadora en la búsqueda de nuevas sendas para una resolución definitiva, digna y justa del conflicto.

Una cosa parece ser cierta, y es que no pasará inadvertida. De ahí que el libro, junto a un creciente número de títulos que apuntan en la misma dirección, cumpla su principal propósito: la de introducir en el debate la “solución de un solo Estado”, ya sea binacional o multiétnico pero, al fin y al cabo, el de todos sus ciudadanos, judíos y palestinos, iguales ante la ley y sin ningún tipo de discriminación ni jerarquía étnica.

Semejante opción no cuenta con las simpatías de las dos partes del conflicto ni, por extensión, con las de la comunidad internacional. De momento, nada hace pensar que esta última no aceptaría un hipotético acuerdo que, en este sentido, alcanzaran libremente los dos contendientes. De hecho, por parte de los principales actores estatales de la sociedad internacional, y con mayor implicación en Oriente Próximo, no existe un rechazo “por principio” de la opción de un solo Estado. Su negativa deriva, básicamente, de contemplar la potencial resolución del conflicto bajo la óptica de sus protagonistas. El ejemplo más notorio, ya clásico, es la visión de Estados Unidos mediante el prisma israelí, puesto de manifiesto por la autora, pero también por otros académicos estadounidenses nada sospechosos de radicalismo, como John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt. En síntesis, semejante opción no figura en la agenda internacional, menos aún en la de la administración presidida por George W. Bush, sin precedentes en la interiorización de la política exterior israelí, y partidaria de aceptar sus hechos consumados: opuesta al desmantelamiento de colonias y al retorno de los refugiados.

No obstante, las mayores reticencias se encuentran entre los contendientes. El paisaje a ambos lados de la disputa en torno a dicha solución viene a ser el siguiente: primero, el de una mayoría detractora que, aferrada a los postulados del nacionalismo étnico, la rechaza frontalmente; segundo, el de una creciente minoría entusiasta, vinculada originalmente a círculos intelectuales y activistas, de corte más elitista, pero no reducida sólo a estos ámbitos; y, por último, una no menos significativa franja social escéptica, que no termina de pronunciarse y parece estar a la expectativa de los acontecimientos. Por lo que es muy previsible que en un futuro próximo, de seguir invariable el conflicto (deteriorándose sin perspectiva de solución), este panorama pueda alterarse. La citada opción podría tener un mayor eco social y respaldo político tanto en una sociedad como en otra, y contar con iniciativas conjuntas de ambas sociedades, de las que tan faltos están palestinos e israelíes. Ahora bien, un interrogante queda abierto, incluso en el mejor de los supuestos, de expansión del debate en torno a un solo Estado y consolidación de un significativo apoyo sociopolítico, ¿será esto suficiente para inclinar la balanza a su favor frente a una mayoría social atrincherada en la estatalidad étnica?

Por muy idealista que parezca la iniciativa de un solo Estado, no deja de ser paradójico que se pueda adoptar por razones tan pragmáticas como la ausencia o invalidez de otras alternativas. Esto, obviamente, no resta su consideración como la solución más justa e igualitaria entre las históricamente barajadas en la búsqueda de la paz. No obstante, Tilley se pregunta por otras posibles alternativas, en concreto, por la expulsión de la población palestina por Israel y la opción jordana, pero sin otorgarles mayor credibilidad. Si bien la primera está presente en el programa de los elementos más extremistas del movimiento sionista, no menos cierto es que su materialización parece poco probable ante ese testigo incómodo que son las cámaras de un mundo bien diferente al de la “limpieza étnica” cometida a mediados del siglo XX. En el caso de la segunda, la autora distingue entre una versión suave, la de un Estado palestino a ambos lados del río Jordán, y otra radical, la de un Estado palestino en Jordania (Ariel Sharon, uno de sus principales promotores, no dejaba de repetir que “Jordania era Palestina”). Pero, como señala Tilley, las dos versiones, además de carecer de simpatía y legitimidad, parten de una premisa errónea: que existe una unidad nacional entre Jordania y Palestina.



Aclarado este extremo, el grueso de la obra está destinado a desmontar la opción de los dos Estados. Para Tilley ha llegado el momento de reconocer su fracaso y, en consecuencia, repensar una nueva fórmula de resolver el conflicto. Varios son los obstáculos que la autora analiza para explicar su apuesta. El principal es, sin duda, el de los asentamientos de colonos judíos en los territorios ocupados. Considera que no sólo son un impedimento, sino que han cumplido su propósito: erosionar la base territorial en la que pueda asentarse un Estado palestino viable y con continuidad territorial.

Por tanto, en caso de cristalizar la opción de los dos Estados, no sería para los palestinos más que un nuevo bantustán. Su unidad política y socioeconómica se reduciría a los símbolos, no sería extensible en la práctica ni, nunca mejor dicho, sobre el terreno. Su paisaje sería otro bien distinto al de un Estado viable. Primero, su territorio padece la fragmentación impuesta por los asentamientos, con sus carreteras vinculadas al Estado israelí sin tener que atravesar las poblaciones palestinas, pero sí sus territorios. Segundo, sus ciudades estarían separadas unas de otras, sin comunicación o acceso directo entre ellas, ni entre sus respectivas poblaciones. Tercero, su economía sufriría el aislamiento de su entorno árabe y, sobre todo, del israelí, que durante las cuatro décadas de ocupación la ha subordinado a las necesidades de su mercado. Por último, sus recursos hídricos no recaerían en manos palestinas, afectando gravemente a su agricultura y comercio.

Obviamente, si los asentamientos son el principal obstáculo para la paz, sólo basta con desmantelarlos, como se realizó exitosamente en la Franja de Gaza en 2005. Sin embargo, este ejemplo puede ser engañoso, pues aquí fueron otras las consideraciones para la retirada israelí: su escaso valor político e ideológico (territorio sin resonancias bíblicas); su reducido número (una veintena de colonias con unos 7.500 colonos) y, en contraposición, su alto coste económico y de seguridad; su entorno empobrecido y radicalizado (escasez de agua y alta densidad de población con crecientes simpatías hacia las opciones de resistencia nacionalistas e islamistas más militantes). De ahí que desprenderse unilateralmente (sin negociación previa ni transferencia a la Autoridad Nacional Palestina, ANP) de unos pocos asentamientos, costosos e ineficaces, fuera una opción beneficiosa para Israel.

De un lado, la imagen del ejército israelí desalojando por la fuerza a los colonos judíos fue presentada ante los medios de comunicación como una “desgarradora concesión política”; de otro, se afirmaba más soterradamente, a modo de contrapartida, su permanencia en Cisjordania, donde se asentaron muchos de esos mismos colonos. Su capital político también se incrementaba por desprenderse, teóricamente, de la suerte de un millón y medio de palestinos, atenuando en parte el dilema israelí ante la población ocupada. Esto es, seguir sometiéndola bajo la fuerza, sin reconocerle ningún tipo de derecho, que supone la situación de apartheid actual; o bien, por el contrario, otorgarle la ciudadanía israelí, con todos sus derechos, que a la postre supone erosionar el carácter judeo-étnico del Estado israelí ante el mayor crecimiento demográfico de la población palestina.

Por último, es obligado recordar que si bien Israel se retiró de Gaza, no es menos cierto que esta pequeña franja del territorio palestino permanece dentro de Israel como un enclave militarmente sellado, condenado a la asfixia socioeconómica y a su explosión política, como se ha visto en los últimos meses. Incluso cabe esperar que lo peor esté aún por llegar, si finalmente se materializan los planes de invasión terrestre para desarmar a Hamás y resarcir simbólicamente al ejército israelí del mismo intento fallido con Hezbolá en el verano de 2006. En suma, el desmantelamiento de las colonias israelíes en Gaza no sirve de precedente para lo que pueda suceder en Cisjordania que, no olvidemos, incluye la parte Este de Jerusalén.

El desmantelamiento de los asentamientos tiene un coste adicional, de carácter físico, financiero y político, elementos que se relacionan y refuerzan entre sí. Los 230 asentamientos implican toda una serie de infraestructuras (residencias, granjas, pequeñas industrias, empleos, carreteras, etcétera), además de su población, estimada en algo más de 470.000 colonos, que representa el cinco por cien de la israelí. En contra de lo que comúnmente se suele pensar, en las colonias no abundan solamente los fanáticos religiosos, la mayoría son laicos atraídos por sus condiciones ventajosas: viviendas baratas o subvencionadas, ubicadas en zonas residenciales agradables, con buenas comunicaciones, escuelas e infraestructuras. Su reubicación en Israel supondría un enorme coste económico, pero su peso decisivo es el político. De existir semejante voluntad, las perspectivas serían otras.

Pese a que en su retórica política Israel maneja la solución de los dos Estados, en su práctica sólo contribuye a consolidar su anexión de facto de los territorios ocupados. De hecho, durante el Proceso de Oslo se incrementó la construcción de nuevos asentamientos. Es más, a decir de la autora, las colonias responden a una estrategia israelí: fomentar un “traslado suave” de la población palestina; esto es, su emigración en masa ante la asfixia de la vida (política, socioeconómica y de seguridad) bajo la ocupación. La imagen del gobierno israelí como rehén político de los colonos más fanáticos sólo es un pretexto para desviar la atención de la complicidad del Estado en la construcción de estos bloques de asentamientos, en la que participan activamente la Agencia Judía y la Organización Sionista Mundial. En definitiva, para Tilley no cabe duda: la colonización del territorio palestino forma parte tanto de la política israelí como del propio diseño de su Estado.

Lo anterior lleva a concluir que los asentamientos son una pieza clave en la consabida política israelí de “hechos consumados” o, igualmente, en su estrategia dilatoria que, de manera sistemática, y valiéndose de cualquier coartada (seguridad, fanatismo religioso, terrorismo), retrasa su “discusión” o “negociación” al tiempo que crea nuevos hechos sobre el terreno, postergando su potencial solución hasta hacerla material y prácticamente inviable. En su análisis, Tilley sintetiza los obstáculos con los que chocarían las opciones barajadas. Así pues, la total soberanía palestina se enfrenta a los asentamientos, las ambiciones hídricas de Israel (que consume el 93 por cien de los acuíferos de Cisjordania) y su falta de voluntad política. Por su parte, la plena soberanía israelí choca con las aspiraciones políticas palestinas y el rechazo regional.

Entre ambas opciones está la experimentada desde el frustrado Proceso de Oslo, de soberanía compartida, con una retirada parcial de Israel que permitiera, de un lado, la creación de un Estado palestino y, de otro, la permanencia israelí con sus colonias, control del agua y fronteras. Esta opción no es más que una modificación táctica en la estrategia israelí de seguir manteniendo el control de todo el territorio de la Palestina histórica.

Por último, Tilley destaca las consecuencias que acarrearía un Estado palestino tullido y fragmentado, cuya ineficacia y debilidad contribuiría a retroalimentar la amargura y frustración de sus habitantes, así como las opciones irredentistas y radicales, incrementando la inseguridad por el cierre en falso del conflicto. Pese a que Israel desplazaría a la ANP la responsabilidad de lo que sucediera, por considerar cualquier suceso como un asunto interno palestino sin vinculación con la ocupación, lo cierto es que la inestabilidad no desaparecería de la región, salpicando también a la comunidad internacional. En este sentido, la autora es igualmente crítica con la ANP por prestarse a asegurar el “orden” y la “paz” durante este controvertido proceso en el que la población palestina ha visto incrementada la colonización de su territorio, además de otros agravios. De ahí su crisis de legitimidad, su contestación tanto externa (islamista) como interna (por las bases o “joven guardia” de Al Fatah), y que se escuchen voces que exigen su disolución ante su inoperancia.

Al ser Israel el actor predominante en la controversia, no es de extrañar que Virginia Tilley repase con mayor detenimiento el elenco de dificultades que en esa parte se advierten ante la solución de un solo Estado (refugio étnico, seguridad geográfica, expresión nacional, Volkgeist, antisemitismo, hostilidad árabe y unidad nacional judía). Sin olvidar los obstáculos de la parte palestina, resumidos en la renuncia a la estatalidad, temor a la subordinación política, desigualdad y ciudadanía de segunda clase, entre otros. El denominador común de todas estas reticencias remite al origen del conflicto, la construcción de un Estado de base étnica sobre un territorio habitado por otro pueblo. La tensión a la que, desde entonces, se enfrenta Israel es la que se debate entre un Estado judío, de jerarquía étnica, y un Estado democrático, de todos sus ciudadanos.

En suma, el criterio de inevitabilidad viene a ser el argumento fuerte en favor de la opción de un solo Estado, dado que la de los dos Estados resulta inviable e inestable. No obstante, la autora considera que dicha opción posee méritos propios, aunque no se adentra en definir cómo sería dicho Estado más allá de algunas pinceladas orientativas, pues, con buen criterio, deja su diseño en manos de las partes implicadas en la resolución del conflicto. En cualquier caso, el recurso a la inevitabilidad puede interpretarse como el punto débil de su tesis. Sin embargo, con independencia de la opinión que tenga o adopte el lector, habrá que convenir en la honestidad intelectual de Tilley, por cuanto reconoce que el esfuerzo para la solución de un solo Estado “puede parecer tan inviable como la solución de dos Estados, sólo que esta última no puede funcionar en absoluto, mientras que en la de un solo Estado, que no requiere la retirada judía de la Tierra Santa, el reto consiste en compartir la tierra más que en abandonarla, una fórmula más difícil de rechazar por parte de los sionistas de derechas y religiosos”.

Dicho en otros términos, palestinos e israelíes se enfrentan al “dilema del prisionero”: colaboran pagando peaje (renuncia al nacionalismo o estatalidad étnica), pero obtienen mayores beneficios que si aplican una estrategia defraudadora en la que ambos tienen mucho más que perder (libertad, estabilidad y seguridad).

lunes, 11 de agosto de 2014

Frente a Frente - 6 de agosto - Desesperad@s al alza

Programa Frente a Frente del 6 de agosto de 2014, presentado por Dailos González y Pedro el Gasio.

En este programa hacemos un análisis de la situación social que se vive en el Estado español y, en concreto en la isla de La Palma, con miles de personas que padecen la exclusión social en medio de un caciquismo histórico que aún no ha muerto. Contamos para ello con la participación de María del Carmen y Juan Pablo, que nos expondrán sus casos.

Acompañamos el programa con música de Fernikhan & Twistd Mind y de Dada Wanche & Abel Cordobez, así como fondos de Miles David y Fela Kuti.

lunes, 4 de agosto de 2014

Frente a Frente - 30 de julio - El franquismo (análisis histórico)

Programa Frente a Frente del 30 de julio de 2014, presentado por Dailos González.

En esta ocasión entrevistamos a Aarón León, historiador que ha centrado su investigación en la Guerra Civil y el franquismo en Canarias. Hablamos sobre la investigación de este período y su significación en la mentalidad popular.

Acompañamos el programa con música de Alberto Cañete, Ismael Serrano, Joaquín Sabina, Ana Belén y Reincidentes.