Isaac Rosa - El Diario
Al presidente venezolano Hugo Chávez muchos medios le
tienen preparada la necrológica casi desde su llegada al poder hace
catorce años. Y estos días están impacientes por ponerle la fecha y el
punto final.
En el periodismo es costumbre tener en
un cajón los obituarios de aquellas personalidades cuya edad avanzada o
salud delicada les hacen candidatos a morir en cualquier momento. De
otra forma no podrían salir al día siguiente de su muerte con varias
páginas de artículos, análisis y balances de su vida y su legado. A
veces el señalado invalida toda previsión, y sigue cumpliendo años, lo
que no causa más inconveniente que una periódica actualización de su
necrológica, hasta el día en que muera y le coloquen la fecha y el punto
final al artículo.
En el caso de Hugo Chávez, la
mayoría de grandes medios, venezolanos y extranjeros, y muy
especialmente españoles, tienen desde hace años su necrológica política
en un cajón. Es fácil imaginar quiénes firman esos artículos, y cómo
caracterizan a Chávez y su obra política. La mantienen en el cajón, pero
más de una vez les puede la impaciencia y la sacan antes de tiempo,
confundiendo la realidad y el deseo.
Lo vimos cuando
el golpe de Estado de 2002, en que más de uno se pasó de frenada, y se
ha repetido en las sucesivas elecciones que Chávez ha ido ganando: antes
de cada paso por las urnas, la prensa antichavista de aquí y allá abría
el cajón, veía la necrológica amarilleando, y se convencía a sí misma
(y nos intentaba convencer) de que los días de Chávez estaban contados,
que esta era la definitiva, que la oposición tenía todas las papeletas
para ganar y que en pocos días la revolución bolivariana sería
historia. Luego llegaba el recuento, y nada, de vuelta al cajón, a
esperar mejor ocasión. Y así más de una década, dando una y otra vez por
muerto a Chávez, echando la primera palada de tierra y descorchando el
cava demasiado pronto.
Desde hace año y medio la
enfermedad de Chávez hace que su esperanza de vida política coincida con
la biológica. De modo que la necrológica política que espera en el
cajón se convierte ahora en necrológica vital; la muerte política
deseada por sus enemigos se calca en su muerte real, que supongo también
deseada por quienes ven en su desaparición la última (y la única)
posibilidad de derrotarlo.
Por eso no sorprende que
los mismos que llevan años precipitándose en anunciar el fin de Chávez,
bullan hoy de excitación ante la incertidumbre por su salud, y una vez
más confundan realidad y deseo difundiendo partes médicos fantasmales
que le dan horas de vida, o que incluso lo dan ya por muerto. Apuesto a
que no solo tienen listos los artículos, columnas y fotografías que
acompañarán la noticia de su muerte; también la portada con que la
saludarán.
También es fácil de entender que los
mismos que llevan catorce años esperando ver pasar el cadáver por su
puerta, hoy fantaseen (realidad por deseo, otra vez) con el fin de la
revolución bolivariana, y asimilen la enfermedad y posible muerte del
líder con la enfermedad y muerte de su proyecto político. Da mucha
pereza leer el enésimo análisis que agota el campo semántico del cáncer y
usa el tumor, la metástasis, el tratamiento, el coma, etc, como
metáfora de Venezuela y del chavismo. Más pereza todavía da escuchar a
tanto experto en constitucionalismo venezolano como ha aparecido entre
nosotros, con juristas, editorialistas y tertulianos opinando con
seguridad sobre qué sucederá el 10 de enero.
Evidentemente, la necrológica no solo se la tienen escrita a Chávez
desde hace años: es todo su proyecto político el que esperan enterrar
con él. Y también aquí se precipitan en coger la pala, y quieren ver
divisiones, incertidumbre, debilidad de los sucesores, oportunidades
para la oposición en nuevas elecciones. Estoy seguro de que aquí también
se llevarán un chasco: si muere Chávez en fechas próximas, comprobarán
que hay vida más allá de él, que bajo el personalismo hay una estructura
de Estado, unas instituciones sólidas y leales, unos dirigentes
intermedios, y sobre todo un pueblo que sigue apoyando la revolución.
Pensar que pocas semanas después de ganar cómodamente las elecciones
presidenciales, y de haber arrasado en las elecciones regionales, el
sistema político levantado por Chávez va a derrumbarse cual castillo de
naipes por la falta del líder, es otro ejemplo de whisful thinking
que acabará en decepción. Los mismos que acusan de exceso de
personalismo a Chávez son los que más personifican en su figura todo lo
que pasa en Venezuela; y por eso creen que sin él llegará el borrón y
cuenta nueva.
Salvando las distancias, también se
pasaron décadas advirtiéndonos de que la revolución cubana se vendría
abajo en cuanto faltase Fidel Castro, y ahí tienen Cuba, con Fidel
retirado desde hace cinco años. No es el mismo caso venezolano, pero
quizás la enfermedad imprevista haya actuado como desatascador para
quienes, desde dentro de la revolución bolivariana, temían un chavismo
sin Chávez, y ahora cuentan con una transición (donde Chávez no está sin
haberse ido del todo) en la que se ven obligados a asumir el poder y
acelerar el relevo.
Lo indudable es que el proyecto
político de Hugo Chávez sigue teniendo apoyo, suficiente para
sobrevivirle. Sus dos recientes victorias así lo indican, y también la
conmoción en que tantos ciudadanos viven hoy, y el cariño que muestran a
su presidente. Una conmoción y un cariño que provoca burlas por aquí,
por parte de los mismos que, el día en que el rey pase por un trance
similar, nos animarán a rezar por él y mostrarle cariño. Yo no rezo por
nadie, pero a la vista de lo que ha cambiado en la última década no solo
Venezuela, sino toda América Latina, prefiero que la necrológica de
Chávez siga amarilleando en el cajón unos años más.
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